O capítulo XXV de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez amósanos unha descrición da primavera en todo o seu esplendor:
En mi
duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de
chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado
de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy
cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al patio y canto gracias al Dios del día azul.
¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el
mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla,
de chaparro en chaparro;
el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y,
en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo está la mañana! El sol pone en
la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien
colores juegan por todas partes entre las flores, por la casa -ya
dentro, ya fuera-, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en
estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de
luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa
encendida.
Juan Ramón Jiménez, Platero y yo
Hoxe eliximos un cadro do pintor impresionista norteamericano Charles Courtney Curran para ilustrar a fermosa descrición do poeta de Moguer e para celebrar a primavera e o vindeiro verán.